3.3.12

CROWDSOURCING, TRADUCCIÓN COLABORATIVA, TRADUCCIÓN COMUNITARIA Y CT3

¡Tranquilidad! Si dejamos a un lado los tecnicismos y no nos asustamos al ver siglas, números y palabros en inglés juntos, vemos que, al fin y al cabo, el sentido de estas acepciones es bastante deducible. ¿Sabéis todos esos subtítulos que andan pegados a los capítulos de las series que veis o aquellos .srt que uno se baja y que, gracias a nuestro gran amigo VLC, abrimos junto con nuestra película y ya podemos entender una versión original en taiwanés? Esto es fruto de una traducción comunitaria; una serie de personas (usuarios) deciden, por divertimento, traducir ciertas cosas para una web determinada. ¿Problema? En este caso concreto no se da ningún tipo de revisión por parte de un profesional de la traducción, motivo que explica el encontronazo, de vez en cuando, con atrocidades lingüísticas que nada tienen que ver con lo que el personaje acababa de decir hacía un momento (aunque, para ser justos, sí que existen moderadores, como en www.subtítulos.es). No obstante, su labor comunicadora es innegable y, si bien la calidad que encontramos en este tipo de traducciones comunitarias no es en muchas ocasiones la que debería, cumplen su función y, día a día, reclutan más adeptos, tanto voluntarios de la traducción como receptores un tanto conformistas.

No cabe duda de que los libros de Historia del futuro hablarán del siglo XXI como el siglo de las redes sociales. Facebook tiene ya 845 millones de usuarios por todo el mundo y, a pesar de que la lengua franca de nuestro tiempo sea el inglés, la gente sigue prefiriendo que le hablen en su propio idioma, es decir, es necesario traducir las páginas a toda pastilla y por poco dinero. Esto es lo que se conoce como crowdsourcing o traducción colaborativa en la que, al contrario que su prima hermana, sí que participan expertos y profesionales que velan por la calidad del resultado final. ¡Por cierto! CT3 no es más que un término unificador que engloba tanto la comunitaria como la colaborativa o crowdsourcing. Hasta aquí tenemos claros estos nuevos métodos de trabajo, ¿verdad? La cuestión es que la novedad siempre genera polémica y siempre existen defensores y detractores en todos los ámbitos y, especialmente, en el de la traducción, donde ciertos temas son peliagudos y hacen bastante pupa en el gremio. Existen aspectos que están en todo momento presentes: intrusismo, ética del traductor... Se ha abierto la veda y las preguntas y temores pululan por las mentes de todos aquellos que dedican su vida (profesional) a este oficio.

No debiera cundir el pánico pues es complicado saber con certeza si estas nuevas perspectivas de trabajo supondrán una amenaza; ahora bien, sí que se puede establecer una diferenciación notable entre lo que es la traducción comunitaria y lo que es la traducción colaborativa. Si un individuo decide dedicar su tiempo de ocio a traducir los subtítulos de su serie preferida sin ningún tipo de ánimo más allá del mero divertimento, sin recibir compensación económica alguna, no podemos considerar que este usuario esté cometiendo un agravio flagrante contra la traducción (a pesar de que su calidad pueda no ser excelente) pues, de hecho, está cumpliendo con el cometido básico de la traducción: comunicar. Sin embargo, si una empresa valorada en miles de millones decide expandirse (y seguir forrándose) y «utilizar» a sus usuarios como peones de obra sin más recompensa que una palmadita virtual en la espalda, esto ya es otra historia.

En ambos casos encontramos el archiconocido fenómeno del «intrusismo» (que, a día de hoy, sigo viendo difuso y mal argumentado) pero, dejando a los intrusos a un lado, creo que, en lo referente a cuestiones morales, la traducción colaborativa cruza una delgada línea que lleva al lado oscuro, lleno de opulencia y codicia. Amor al arte o amor aparte, tanto los traductores como los receptores debieran ser exigentes con los productos que crean y consumen. Creo que la función de la traducción es compartir y hacer de mediador lingüístico y cultural, de mensajero de las palabras y las ideas para que aquellos que no puedan comprender distintas manifestaciones artísticas (o no tanto) en otra lengua que no sea la suya propia puedan hacerlo. Aquel que pasa horas traduciendo una serie de anime para que todos sus acérrimos seguidores puedan disfrutar de ella a la mañana siguiente, quizá no cuente con la ayuda de un experto pero tampoco busca fama ni dinero: es una perfecta hormiguita. Aquel magnate de las finanzas que desde un despacho planea estrategias de marketing entre las que se encuentra engatusar a los usuarios de su red para que «colaboren» con la causa y reciban así una gran sonrisa y, si acaso, una cuenta premium en un futuro próximo es un perfecto tiburón.

¿Qué es mejor y qué es peor para la traducción? Si pensamos en calidad, el tiburón tiene un ejército marino a su disposición y no dejará que nada se interponga en su camino: empleará los medios que sean necesarios para conseguir mantener su supremacía y que el resultado de «sus esfuerzos» sea óptimo. En cuanto a la hormiguita, trabajará a destajo; sin que nadie se de cuenta, poco a poco y con esfuerzo, empezará a construir su humilde morada y, anónima, se granjeará el beneplácito de sus colegas y una enorme satisfacción personal. Si pensamos en términos éticos, las razones que nos mueven a hacer determinadas cosas son muy diversas pero, más allá de ser honesto con las palabras y los textos, uno debe ser honesto con los que le rodean y no debemos abusar de ese supuesto prestigio y notoriedad para conseguir un producto cuyo «creador» merece, al menos, cierto reconocimiento si, a costa de ello, otros van a sacar (una buena) tajada. ¿Vosotros qué pensáis?

Próximamente: gestión de proyectos...

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